En el ejido 18 de Marzo, ubicado en el corazón del semidesierto, la vida se desvanece lentamente. Sus habitantes denuncian que llevan más de dos años sin agua en las tuberías. Cada tercer día deben acarrear el vital líquido en camionetas, conocidas como “trocas”, mientras el calor abrasador se impone y el polvo caliente se levanta con cada paso.

El contraste con comunidades vecinas como el ejido Batopilas es notorio: allá aún reciben agua en los hogares gracias a una noria, mientras que en 18 de Marzo, dos pozos disponibles abastecen únicamente a un establo lechero de un particular.

Al mediodía, las familias se resguardan del sol dentro de sus casas. En la plaza pública, un perro aprovecha la escasa sombra de uno de los pocos árboles que aún resiste en pie. A un costado, campesinos han cavado 25 metros buscando agua. La improvisada noria arrojó apenas unos litros, insuficientes para llenar una tina. Poco después, el pozo se secó y la esperanza se apagó.

Troncos secos y árboles muertos cubren el paisaje, testigos mudos de una sequía que no perdona. El juez del ejido informa que unas 150 familias habitan aún en esta comunidad, pero la falta de agua ha obligado a muchos jóvenes a migrar. “Aquí ya no florece nada”, lamentan.

Durante nuestra visita, el termómetro alcanzó los 44 grados centígrados. El calor fue tal que los teléfonos celulares dejaron de funcionar, y solo el refrigerador de una tienda ofreció un respiro momentáneo. Ni el agua mineral ni los sueros evitaron que el cuerpo temblara ante el golpe de calor.

El ejido 18 de Marzo no solo lucha por agua, sino por seguir existiendo.